CARTA NATAL

Abuelo dame la mano, nada veo en este atardecer minutos antes de tu muerte. Intuyo la ciudad en las vueltas de la sangre. Bienvenidos donde no hay lugar para los tiernos sueños de la infancia. Vocación por los puertos ¿Qué diablos hago en estas tierras planas y sombrías? Suenan sombreros en su nombre lleno de vocales, pañuelos atados a la cintura y punzones cortos y afilados. Guitarras que recuerdan la esencia de otra tierra. Un acordeón a piano para los funerales.Escribo en la ciudad que nunca fue fundada. En el país de las barrancas a pique. Una ciudad que escribo en torno a una mirada. Caserío en el siglo de las revoluciones y ahora una orgullosa omisión del pasado de lanzas y pistolas. Una sombra anclada como un barco sobre el río tumultuoso que se arrastra lentamente hacia su desembocadura dulce. Sitio final donde sobra luna. Aquí me han soltado los labios. Sólo un punto cardinal en la memoria del mundo. “Un lugar donde bien pudo haber nacido el tango” y, sin embargo, nació la bandera.Abuelo dame la mano. Un vals con violines en cubierta y el Mediterráneo como un mantel extendido hacia el Atlántico azul. Destino común del perseguido, migajas de pubis, niños inoportunos y resplandores sobre el techo del horizonte como un presagio. Viramos hacia el sur, una lágrima que rueda y cae en un sitio inexplicable. Rosario. Una promesa hacia el 1900. Nada para perder en este juego, salvo la carne del vientre y los huesos familiares que trajimos en una bolsa de arpillera. Unas tibias chiquitas, un omóplato desmesurado de un tío campesino, el tin-tin de una decena de falanges que se chocan con el traqueteo marino. Ciudad de los adioses. Mediodías con hambre y coitos rabiosos por el día perdido en su hermosura. Mujeres tremendas con acento gatuno. Dialectos mordidos con furia ante el español cristalino que surca el viento como una ráfaga. Nave de nubes que persigue un muelle imposible y viaja inevitable por dentro del esperma. Estabas decidido a fundarme en este cruce inverosímil del camino, aunque lo niegues.Ciudad Guevara. Puerto Pirata. Oscura Babel. Pantorrilla del mundo. Cuatro de copas en la última mano. Estación del olvido. Me nazco aquí, ajeno a odios y premoniciones. Vendrán muertos, saqueos y amores perdidos en tu falda. Vendrán la policía y los besos cortos bajo la llovizna fría. Igual me nazco aquí, prolongación de una sombra que en otra ciudad se incorpora entre la multitud innumerable. Londres, Santiago, Montevideo, Atenas y Managua. Apenas puedo recorrer un mapa sin dañarme las yemas. Puerto que escribo y dibujo en tus ojos asombrados.No puedo acostumbrarme a ese sol que apenas entibia mi llegada. Nazco. Setenta kilogramos dispuestos a caminar por los bordes de la especie. Enfrento las voces que sueltan las peores maldiciones.Alberto Olmedo que estás en los cielos y no dejas de caer como un pájaro herido, no me abandones sin champán en la ciudad del comandante Feced y los asesinos. Aldo Poy ten piedad de los poemas creados por interés y perdona mis perdones, las horas perdidas en una sucursal del banco Litorcoop, las derrotas en los picados de la plaza López, las deserciones a las fiestas de la vida. Paco Urondo olvida mis manos extraviadas en una redacción. Acepten mis años de alfabetizador, los malos tragos, las felices infidelidades, mi convicción para huir de la alegría, las amenazas de muerte, la entereza que me despierta la bebida, los cuentos nocturnos a mis hijos.Abuelo dame la mano. Intercede por mi confusión geográfica. Vanzo te pinta con el traje raído, minutos antes de que te acribillen. Antes de poder instalar un nombre de mujer en los labios. Rita se desnuda y se agiganta para los dos, ahora que tenemos la misma edad, se mueve con un caramelo de miel entre los labios de la concha. La vida es un strip, un abrazo, una partida de ajedrez con don Lisandro de la Torre. Una casa en la patria de un barrio que callo.Fito que estás en los pianos y no dejas de cantar, no me impidas naufragar en estas calles, donde el tiempo se demora como el amor en los cines que cerraron.